24 de abril del 2023

¿Qué te están enseñando las personas que pasan por tu vida?

Querida alma mágica:

Esta es la segunda carta del blog que escribo con una persona específica en mente. Reconozco que no es fácil. Hay muchas cosas que me gustaría decirte y, al mismo tiempo, sé que gran parte de las cosas por decir realmente son más mías que tuyas.

Si me lo permites, me gustaría empezar esta carta por contarte un poco de mí, ya que en todos los meses que pude hacerlo en persona, no tuve el valor.

Hace muchos años, más de diez, me di cuenta que escribir es mi forma de hacer catarsis cuando una situación me abruma. No voy a decir que esto siempre es fácil y que después de sacar todo en una hoja en blanco siento que todo acabó. 

A veces me siento por horas frente a esa hoja en blanco y la miro como si quisiera prenderle fuego con una mirada. La miro con tantas emociones y palabras enredadas en mi interior y deseo con todas mis fuerzas que, mágicamente, todas tengan sentido. Como en este momento.

Justo ahora cada palabra se siente como diez. Cada párrafo me cuesta minutos y, al terminar de escribirlo, siento como mi reserva de energía baja veinte rayitas de golpe.

A veces, cuando termino de hacer catarsis siento que me quito un peso de encima. En otras ocasiones, siento que todavía me falta algo… que todavía hay palabras sin decir que me oprimen el pecho.

¿Te digo la verdad? 

Hace mucho que no me costaba tanto trabajo plasmar palabras en un texto. Estoy buscando el más mínimo pretexto para cerrar este documento y ponerme a hacer otras cosas. Pero, he tenido este nudo en el pecho por días y es momento de que lo deje salir.

¿Has escuchado de las películas de “A todos los chicos de los que me enamoré”?

Si no las conoces, la protagonista se llama Lara Jean y toda esta historia empieza porque ella le escribe cartas a los chicos que le gustan, pero nunca tiene el valor de decirles lo que siente de frente.

Te cuento sobre esto porque más de una vez me han dicho que soy Lara Jean. De hecho, mis amigas han llegado a guardarme con ese nombre en sus contactos y siempre que alguien ve la película, termina escribiéndome para decirme que soy ese personaje.

¿Y cómo voy a negarlo? Aquí estoy de nuevo. Escribiendo una carta a alguien que quizá nunca llegue a leerla. Aunque creo que si está en los planes del Universo que alguna vez te enteres de todo lo qué pasó por mi mente con respecto a ti, entonces este texto va a llegar a tus manos.

Antes de que siga… ¿cómo estás? ¿Cómo has estado estas semanas desde que me fui de ese lugar en común que teníamos? ¿Lo notaste? ¿En algún momento has notado mi ausencia? ¿Te has preguntado por qué no me despedí de ti?

Yo me he hecho esas preguntas muchas veces. Y la realidad es que no tengo respuesta para ninguna. Lo que sí tengo clara es la razón por la que me está costando tanto trabajo escribir esta carta hoy.

Lo que me cuesta no es realmente pensar en todo lo que quisiera decirte, sino reconocer que una vez más lo hice. Una vez más permití que mi cabeza se llenara con fantasías de todo lo que pude haberte dicho a lo largo de cinco meses, pero que en realidad no tuve el valor de decir.

Y eso me duele.

Hace unos días estuve en Acapulco visitando a la familia de mi papá y toda esa convivencia despertó en mí un dolor que no había sentido en meses. Un vacío en mi pecho que por momentos se agudizaba cuando venía a mi mente el recuerdo de tu rostro porque, lo acepto, eres el chico más reciente con el que me permití imaginar historias de amor de esas que tanto me gusta escribir.

Todas las fantasías me dolían sobretodo en los momentos en los que miraba a mi alrededor y me daba cuenta que soy la única soltara entre mis primos. 

Fueron esos momentos los que me hicieron sentir que dejé una parte de mi historia en Monterrey inconclusa. Una parte contigo. 

Aunque viendo claramente todo, realmente no había nada ahí. No había historia más que la que escribí en mi cabeza porque así he sido siempre.

Toda la vida me ha parecido más fácil imaginar todo lo que podría llegar a ser una relación con todos los chicos que me han gustado. Sin embargo, nunca he tenido el valor de hablarle a ninguno.

Toda la vida me he comprado esta idea de que no soy capaz de hablarle a la persona que me gusta. Me he comprado la idea de que no soy lo suficientemente bonita, o inteligente o buena para ellos. Por eso, en cuanto alguno se entera que me gusta, mi reacción es alejarme. Mi mente los bloquea por completo y evito a toda costa los lugares en los que están. Además, mi cuerpo reacciona de maneras que no puedo controlar: me congelo, me quedo muda, luego empiezo a temblar y me pongo roja.

Pero si de algo me di cuenta con todas estas fantasías que hice contigo, es que realmente sí tengo el poder de cambiar la historia que ha contado mi mente una y otra vez.

Esa historia que me ha paralizado por años cuando se trata de relacionarme con el género opuesto.

No sé si lo recuerdas (espero que sí), pero por ahí de finales de octubre del año pasado horneé unas galletas de calabaza que estuve repartiendo por la oficina.

La historia oficial fue que hice esas galletas porque era otoño, casi Halloween, finales de octubre y era la temporada de recetas de calabaza. Además de que estaba perfeccionando mis habilidades de repostería.

La historia real y que, hasta ahora solo yo sabía, es que esas galletas las hice pensando en que serían una excusa excelente para hablarte.

Tengo muy presente todo lo que pasó ese 26 de octubre porque fue un día antes de que viajara a Los Ángeles para ir al concierto de Harry Styles. Y como dato innecesario mío, hay muchos recuerdos de mi vida que tengo muy claros por el hecho de que, de una u otra forma, están relacionados con un momento importante de mi vida fangirl.

Y ese día de las galletas es uno de esos recuerdos estúpidamente claros en mi memoria.

Hoy confieso que pasé todo el día experimentando todas esas sensaciones paralizantes familiares con solo imaginar que tenía que hablarte. Me ponía roja, me temblaban las manos, me quedaba muda de repente, sentía un vacío en el estómago. Todo al mismo tiempo. 

Fue hasta que tuve un diálogo interno bastante serio en el que me di cuenta que ya no soy una niña de 14 años, que tú y yo éramos compañeros de trabajo y que, si algún día necesitaba hablarte para un tema realmente importante, no podía darme el lujo de quedarme muda o ponerme a temblar como adolescente.

Así que (igual con manos sudorosas y las mejillas encendidas) te escribí para preguntarte de unos temas de trabajo y aproveché la conversación para ofrecerte galletas.

No sé si lo notaste (quiero creer que no), pero cuando te di la galleta estaba tan nerviosa que se me quebraba la voz. Pero lo realmente mágico de todo ese momento para mí, fue el hecho de que vencí a esa voz en mi cabeza que llevaba años diciéndome que corriera cada que se acercaba a mí alguien del género opuesto. Por primera vez en la vida, la vencí.

Y fue a partir de ese momento que empecé a ser consciente de muchos de mis miedos e inseguridades que, de alguna manera son la razón por la que nunca he tenido novio.

A partir de ese momento, fue un poco más fácil para mí dar pequeños pasos. Si me topaba contigo, no desviaba la mirada, te sonreía, te saludaba y, si me sentía muy valiente, trataba de sacarte plática. Estaba en el mismo lugar que tú sin salir corriendo. Controlaba mis manos temblorosas. No me sonrojaba tanto.

Enumeradas de esa forma mis acciones, pueden parecer pequeñas e insignificantes. Pero vistas desde un panorama general, fueron pasos gigantes para mí.

Admito que más que ser una forma de acercarme a ti, era más una forma de probarme a mí misma que sí podía contra mis miedos.

No estoy diciendo que ya los vencí. Si fuera el caso, te habría invitado ese café antes de irme de Monterrey. O ya te hubiera contestado alguna de tus historias en Instagram, en lugar de solo escribir y borrar segundos después.

Lo que sí estoy diciendo es que fuiste una persona que, por fugaz que fue el momento, llegó a mi vida para mostrarme todas esas sombras que me falta trabajar si quiero, algún día, tener una pareja. También me enseñaste lo valiente que puedo llegar a ser cuando me lo propongo y que las cosas que dice la voz en mi cabeza no son más que mentiras.

No te lo dije y quizá no te enteres, si es que esta carta nunca llega a ti, pero me ayudaste a enfrentar una parte de mí a la que le he tenido terror toda la vida y por eso siento un infinito agradecimiento. 

Sinceramente, y como dije al principio de esta carta, no es que haya dejado una parte de mi historia inconclusa. No había historia que dejar sin final. 

Ahora, después de llenar varias páginas en blanco, me doy cuenta que lo que he sentido todos estos días es el anhelo de haber tenido el valor de mirarte a los ojos y decirte todo esto en persona. 

Y, ¿para qué negarlo? Realmente creo que sí hubiera sido lindo que nos diéramos la oportunidad de conocernos fuera de un ambiente laboral. 

Sin embargo así estaban los planes y así fueron perfectos.

Hay una canción que he escuchado por años cada vez que tengo un crush nuevo. Sonaba en mi cabeza como el soundtrack de todas las fantasías que empezaba a imaginar.

Hoy esa canción es tuya. A partir de hoy llevará tu nombre en mis recuerdos. En esta carta, te regalo Enchanted de Taylor Swift. Por todas las sombras dentro de mí que me mostraste.

Te deseo una vida plena y feliz, llena de amor y bendiciones, de personas genuinas y momentos inolvidables que siempre te llenen de enseñanzas y crecimiento, de fortaleza y sabiduría. Te deseo que todos tus sueños se cumplan.

Si alguna vez nuestros caminos se vuelven a cruzar, que bonito va a ser reencontrarnos.

Mientras tanto… gracias, gracias, gracias por todo lo que me enseñaste.

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