20 de febrero de 2023
Las voces en mi cabeza son mi enemigo más grande.
Querida alma mágica:
¿Cómo estás? Espero que estos días la vida te haya llenado de bendiciones y amor. Deseo que así siga siendo.
Admito que yo tuve he tenido unas semanas un tanto extrañas. Me he encontrado varias veces en una lucha muy grande entre mi mente y mi espíritu. Una lucha de poder para no permitir que mi mente se cargue de pensamientos negativos que me arrastren a los lugares oscuros de los que acabo de salir. Reconozco que lo más difícil ha sido no permitir que mis inseguridades me paralicen.
Me ha costado mucho trabajo, pero creo que lo he hecho bien hasta el momento.
También admito que llevo días pensando en qué quería escribir para ti, sin llegar a una respuesta concreta.
Aunque, el otro día antes de dormir, me senté frente al teclado de la computadora y permití que mis dedos se movieran sobre este. Sin pensar y sin analizar las palabras que fluían hasta que terminé. Lo que fluyó no fue exactamente lo que yo tenía en mente para una publicación de este blog. Era muy distinto a la primera y segunda carta que escribí y pensé “esto nunca va a ver la luz”.
Pero hoy, mientras me preparaba para mi día, pensé: “¿Por qué no tendría que ver la luz ese texto?”.
Sinceramente, es muy diferente a todo lo que he escrito alguna vez y eso me asustó. En cierta forma, es oscuro y triste.
Pero es real.
Me asustó porque es un texto en el que, por primera vez, me permití validar abiertamente y sin filtro lo que he sentido a lo largo de estos últimos meses.
No, corrección.
Estos últimos años.
Me he permitido nombrar las inseguridades más fuertes que me han atormentado a lo largo de los años. Las inseguridades que habían controlado todas y cada una de mis decisiones hasta hace unos meses. Las inseguridades que no me había permitido expresar abiertamente con nadie.
Es la primera vez que hablo en su totalidad de las noches de terror que he pasado a lo largo del tiempo, repasando en mi mente todas y cada una de las inseguridades adentro de mí, y de la soledad que me ha abrumado en más días de los que me siento cómoda reconociendo.
En esta carta
Pero aquí estoy
Sé por experiencia lo aterrador que es enfrentar nuevamente los momentos difíciles de nuestra vida, pero cada momento deja una gran lección a su paso. Aceptar eso es reconocer que estamos listas para seguir adelante. Es dar el primer paso en un camino interminable de sanación y de la búsqueda de nuestra vida soñada.
Así que hoy, sin más que decirte, aquí estoy.
Dejando para ti este texto que espero sea un recordatorio de lo válidos que son todas y cada una de tus emociones y cada experiencia por la que has pasado, que te han convertido en la persona que eres ahora.
Hay un momento entre la vida y la muerte en que todo se vuelve oscuro… y después tan claro que es imposible ignorar lo obvio.
Y de pronto, todo vuelve a tener sentido. Como si hubiera estado esperando a deslumbrar para que las piezas del rompecabezas encajaran en una forma tan perfecta que resulta difícil pensar que alguna vez no fue así.
Luz y oscuridad. Todo encaja. Así sin más.
Es en ese momento cuando miras hacia atrás y te das cuenta de todo el tiempo perdido. En peleas sin sentido. En no decir te amo. En no abrazar con más fuerza a un ser querido. En un trabajo que no te apasionaba. En emociones ignoradas. En pensamientos obsesivos. En relaciones sin futuro. En conversaciones sin sentido.
Entonces la ansiedad se apodera rápidamente de cada parte de tu cuerpo. Tus manos tiemblan. Un extraño y frío sudor corre por tu espalda, siguiendo la línea de la columna. Te duele la cabeza y todo a tu alrededor da vueltas. Sientes una opresión en el pecho que no te deja respirar. Quieres gritar, pero no te sale la voz. Quieres correr, pero tus piernas no reaccionan.
Y lo único que puedes hacer es llorar. En silencio, porque no eres capaz de emitir ningún sonido. Lo más que sale de tu boca son sollozos que lo único que provocan es desesperación pues sientes que te ahogas.
Las rodillas no te sostienen y te doblas, cayendo al piso. El piso está frío, pero no importa. No importa porque sólo puedes recostarte en este… de lado y abrazando tus rodillas contra el pecho. Mordiendo tu labio inferior con tanta fuerza que sangra.
Una vez más, intentas gritar, pero sin éxito. No tienes voz.
Quieres pedir ayuda a quien sea, sin embargo, estás sola.
De un momento a otro, sin avisar, aparece alguien que te mira fijamente. Una chispa de esperanza se enciende dentro tuyo, hasta que te das cuenta que esa persona mirándote eres tú. Tu reflejo… pero sin vida. No sonríe. No habla. Los ojos no brillan. El cabello está opaco. Las manos huesudas. Las piernas delgadas y frágiles a la vista.
Es ahí cuando te da una sonrisa cargada de burla y te dice:
—He ganado, ¿no que te creías muy fuerte? ¡Mírate! Tirada en el piso sin nada más por lo que luchar.
Se ríe después. Una carcajada siniestra. Aterradora. Que provoca escalofríos por todo tu cuerpo.
Tiemblas sin control porque sabes que ya va empezar de nuevo el tormento. Porque ese demonio sabe de sobra todas las inseguridades que te dejan sin fuerza para enfrentar al mundo.
Las carcajadas no paran y sientes que la sanidad abandona tu cuerpo segundo a segundo. El tiempo parece correr más rápido, como si conspirara en tu contra para arrastrarte a la locura. Totalmente a favor de tu reflejo.
Cierras los ojos, buscando un escape a la mirada sin vida frente a ti.
Entonces lo escuchas. Un latido bajo, pero constante. Rítmico. Que resuena dentro de tus oídos si prestas atención.
Es tu corazón. Que sigue ahí. Aferrado a la vida y velando por tus sueños e ilusiones. Implorando que luches. Recordándote que eres mucho más fuerte que todas esas inseguridades que no te han permitido volar todos estos años. Recordándote que tu voz es más fuerte que aquella del demonio frente a ti.
Ese demonio que, por años, te ha recordado diariamente y a gritos todas y cada una de tus inseguridades. Tus miedos. Que se ha encargado de hacerte pensar que no eres lo suficientemente buena para ser amada. De hacerte sentir que no eres lo suficientemente inteligente para tener el trabajo que anhelas. De hacerte creer que no tienes la fuerza para luchar por tus sueños. De asegurarte noche tras noche que no hay nada en este mundo a lo que aferrarse.
Y entonces gritas. Gritas tan fuerte que tu reflejo se tambalea.
Te levantas con las piernas temblorosas, pero la mirada desafiante. Lista para enfrentar al enemigo más grande que tienes: tú misma.
Un enemigo que no está dispuesto a ceder ni un poco del control que ha ganado sobre ti con el paso del tiempo. Con cada noche que te fuiste a dormir deseando que ese día fuera el último.
Pero entonces cierras los ojos y respiras. Respiras profundo. Prestándole atención al corazón. Ese que cree en ti y todo este tiempo estuvo convencido que en cualquier momento llegaría el día que te levantarías. Que cada noche que tu deseabas no despertar, él se aferraba con más fuerza y latía con más vida que nunca.
No dejas de gritar pues mientras más lo haces, más libre te sientes. Más ligera pues dejas de cargar con años de tristeza y soledad. De caminar sin rumbo. De no recordar lo que quieres de la vida.
Cada grito rompe una a una las cadenas que te han atado por años a aquellos miedos… aquellas inseguridades sin fundamentos.
Y de pronto, al cabo de varios minutos, callas. Sin más que soltar. Tan liviana que te sientes volar. Tan poderosa. Tan llena de vida. Tan mágica. Tan tú.
Simplemente tú.
Tus ojos se posan en ese enemigo que ahora te devuelve la mirada desde el piso. Deslumbrado por tu brillo.
Y le dices:
—Nunca más. A partir de hoy, vuelvo a tener el control de mi vida. Te tengo más miedo que nunca, pero no permito que me vuelvas a controlar.
Con esa promesa suspiras y te das la vuelta. Consciente de que ese demonio en tu cabeza te mira avanzar hacia la vida. Consciente de que esperará la mínima distracción para volver a tomar el mando, pero convencida de que eres más fuerte.
Físicamente, no sé lo que se siente morir y espero no saberlo hasta dentro de muchos años.
Pero sé lo que es morir emocionalmente… y con certeza digo: que maravilloso es renacer.
Querida alma mágica, en esta carta te dejo la canción You Say de Lauren Daigle, la cual me ha acompañado a lo largo de estos meses en esa guerra interna contra mis inseguridades. No importa en qué o quién creas, a qué o quién le pidas fuerzas para enfrentar un nuevo día. Todos tenemos algo… a alguien. Lo que importa es que hoy estás aquí, leyendo esto y deseo que estés aquí más fuerte que nunca.
Siempre recuerda… todo pasa.
Gracias, gracias, gracias por permitirme llegar a ti con mis palabras.